viernes, 6 de noviembre de 2015

Miedo a la oscuridad.


Cuando eres un empleado en una cocina, la oscuridad se vuelve tu amiga. Todos los días me despertaba alrededor de las 3:00 am, no hay más luz que la de mi habitación a esas horas. Luego al salir a la calle te acostumbras a las sombras extrañas, a caminar y escuchar únicamente tus pasos, muchas veces el eco te juega una mala pasada y crees que te siguen, que hay algo atrás de ti, persiguiéndote, para comerte, devorarte. Juegos de niños. Aprendes a ignorar las sombras moverse a tu alrededor, a pasar inadvertidas las miradas que te persiguen, a las ramas de los árboles que como garras quieren apresarte con sus sombras, al llanto de bebes a lo lejos, de risas estridentes, de personas corriendo, pocos lo entenderán.

Un día cualquiera caminaba y escuchaba que me seguían, eran los zapatos nuevos con suela dura que hacían crujir el suelo, cada pequeña piedra retumbaba en el silencio de la madrugada. Había escuchado muchas cosas en mis años en esa cocina, pero nunca lo que escuche ese día. Una voz muy leve, como una brisa que pasa a tu lado como si nada… -Corre- me dijo. Me detuve por un momento, pues nunca había escuchado una voz, trate de escucharla nuevamente… nada. -Corre tonto- me detuve nuevamente para saber de dónde venía la voz, busque en derredor mío y no había nadie más que oscuridad, luego escuche una risa a lo lejos, muy estridente. Volví mi vista y no vi nada. Unos pasos se escucharon a lo lejos, como si alguien comenzara a correr, y unos cascabeles, cómo si la persona que corría estuviera cubierta de cascabeles, y corría, corría hacia mí. –Corre- nuevamente. No había que pensar más, comencé a correr como un poseso hacía el lado opuesto de los cascabeles, corrí como nunca, los cascabeles se acercaban, los pasos se hacían más fuertes, se acercaba, lo pies enormes tras de mí, de nuevo… Luego de un momento comencé a cansarme, el tabaco, el alcohol, el desvelo… Los cascabeles sonaban cada vez más fuerte, escuchaba su respiración atrás de mí, cansada pero hambrienta, y sonreía, no sé cómo, pero lo sabía. Una sonrisa enorme, roja, con carcajadas. Trate de seguir, con mi último aliento llegue a la parada del autobús, nadie estaba, escuchaba las cascabeles y las pisadas cada vez más cerca, cuando lo vi… mi salvación, un autobús venía, corrí hacia él y salte dentro. Por supuesto nunca nadie me creyó, desde ese día le temo a la oscuridad, y a lo que contiene.

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